Un libro ilustrado siempre es un plus, los libros infantiles, mayoritariamente se ven incluidos en este grupo. De mi infancia no recuerdo tener libro alguno, vagos recuerdos de algún ejemplar prestado quizá.
Los libros de Roald Dahl tienen la fortuna de estar ilustrados por Quentin Blake. A estas alturas y después de tantas ediciones es imposible pensar en uno sin el otro ya que su conjunción es de esas simbiosis literarias que elevan la obra de buena a excelente. Para mi mala fortuna (o no) he estado leyendo las obras de este par de autores hace poco tiempo, es decir en la adultez, lo que no le resta en ningún punto la capacidad imaginativa que confieren sus palabras, quizá si dimita el asombro en proporciones adecuadas. Seguir leyendo
Yo comencé a formarme el gusto por la lectura en la adolescencia, lamentablemente no tengo algún recuerdo especial de algún libro, menos aún un libro físico que lo pruebe. Lo que sí recuerdo es visitar la casa de unas primas con bastante regularidad en busca de un libro ilustrado de cuentos, los dibujos eran muy burdos y de muy poca calidad, sólo recuerdo que eran cuentos: caperucita roja, blanca nieves y ricitos de oro me vienen a la memoria.
Hace muchos años, tal vez trece o quizá un poco menos, apareció un libro de sueños: los tiernos sueños de una niña llamada Lilus Kikus para quien la vida retoñó demasiado pronto. Lilus sabía poner orden en el mundo sólo con estarse quieta, sentada en la escalera espiral de su imaginación, donde sucedían las cosas más asombrosas, mientras con los ojos mira cómo se esfumaba el rocío y un gato se mordía la cola o crecía la sonrisa de la primavera. Luego, de pronto, sentía que los limones estaban enfermos y que sólo inyectándoles café negro con azúcar podía aliviarlos de su amargura. Pero Lilus era también endiabladamente inquieta: corría a preguntarle a un filósofo si él era el dueño de las lagartijas que tomaban el sol afuera de su ventana. También divagaba en cómo hacerle a Dios un nido en su alma sin cometer adulterio e investigaba con su criada Ocotlana de qué tamaño y sabor eran los besos que le daba su novio.
The Velvet Books 